martes, 6 de noviembre de 2007

Despertadores en la madrugada

6.00 a.m. Un estridente sonido intermitente pertuba mi descanso. Todavía entre sueños, extiendo a tientas el brazo derecho para alcanzar el origen de esta sinfonía de pitidos. En la infructuosa búsqueda se contabilizan daños colaterales. El teléfono y el mando a distancia de la minicadena golpean contra el suelo. Un estruendo seco. Más ruido.

Por fin, con la mesita ya libre de obstáculos, encuentro el foco del desconcierto. A ciegas, acciono el despertador y el sonido cesa. Sólo es una tregua. Cinco minutos después, el mecanismo reemprende su marcha al tiempo que mi paciencia se acaba definitivamente.

Una sacudida al cable de alimentación termina con la pesadilla. Sin embargo, no puedo conciliar el sueño. Son las 6.05, hora de levantarse. Todavía remolón, aparto los estores de mi cuarto. Confío en que los rayos de sol se cuelen por mi ventana, pero en el firmamento nada indica que vaya a despuntar el día.

Somnoliento, me doy una ducha mientras reseteo el sistema operativo. Por primera vez soy consciente de que ésta será mi rutina diaria durante los próximos doce meses. Y lo acojo con indiferencia.

Ya en la calle descubro algunos principios de la física básica. Las temperaturas son bajas en los albores del día. Nada que no pueda resolverse. Tomo más ropa de abrigo y reanudo la marcha hacia la parada del autobus. La fortuna está de cara. El autocar espera ante el semáforo y aprovecho para acceder antes de que cambie de idea.

En el periódico todo está a oscuras. Aunque las manillas de mi reloj marcan las 7.25, la limpiadora todavía no ha hecho acto de presencia (y debería). Palpo las llaves de la luz y las acciono. Una, dos, tres, cuatro. La Redacción desierta presenta una imagen fantasmal. Todo se encuentra exactamente en la misma posición que horas atrás, pero sin una brizna de vida.

La luz anaranjada de mi ordenador revela el retorno a la rutina. El procesador, sin embargo, no puede con todo. Media hora después, la computadora está lista para la edición digital de noticias. Yo desesperado por su tardanza.

Comienza el trabajo y desconecto por completo. Pasan las horas y asisto al goteo incesante de compañeros. A las 11 dejo de estar sólo. Cunde más el tiempo y podemos permitirnos un respiro. Con evidentes signos de cansancio finalizo mi jornada laboral. Abandono la Redacción pensando en que no ha resultado tan duro. Al menos el primer día de despertadores en la madrugada.

P.D.: Me reafirmo. Echo mucho de menos a mis compañeros. :S

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No te preocupes..los cambios al principio son duros..yo estoy sola en una ciudad donde apenas conozco a nadie,mis dias son rutina y soledad pero empiezo a costumbrarme,soy la sonia de siempre..la que vivia en valencia,se que te ira bien estoy segura.
KUIDATE MUXO

Anónimo dijo...

No es para tanto, hombre !! Por lo que veo vas a tener muchas horas para escribir en el blog. De hecho me ha alegrado saber de esta noticia, pues sabiendo que estás desde las 7.30 en la redacción me permitiré molestarte más de un día. De hecho, yo me suelo levantar todos los días a las 8.00 en punto, de modo que aquí me tienes para lo que haga falta. Estaría bien aprovechar esas primeras horas para repasar las previsiones gráficas y ver qué os va a hacer falta, pues a esas horas intempestivas hay mucho tiempo para reaccionar y pedirnos alguna foto que se nos haya quedado en el tintero. También imagino que estarás atento a la radio y a los teletipos, lo cual es una gran noticia para nosotros, que siempre nos avisan tarde de los sucesos varios matinales.
Como ves, soy todo optimismo y alegría, puede que por las ganas e ilusiones o puede que porque no soy yo el que abre los ojos a las 6 de la mañana. En lo que pueda te acompañaré, para que no me eches de menos por la parte que me toca.