jueves, 4 de octubre de 2007

Día 3. China Town

Ver fútbol de provincias en Madrid no es una tarea sencilla. Sobre todo si los principales equipos de la capital también se miden en duelo. Ayer desafiamos a la dictadura del poder y resultamos vencedores. Orquestamos una velada futbolística al margen de la oferta mayoritaria para terminar en un bar regentado por un chino. No se froten los ojos por la incredulidad. Así fue.

Nuestro trabajo de investigación dio comienzo el mismo lunes, cuando advertimos la disputa de este encuentro fundamental para los intereses de nuestro equipo en Europa. El martes, la Red abrió los cauces pertinentes. Una peña en el exilio, supuestamente próxima a nuestro hotel, nos otorgaba esperanza. Después de una extensa jornada laboral, y con un pequeño mapa en ristre, nos dirigimos a la busca y captura de este establecimiento.

Tras 20 minutos de caminata, localizamos el punto de destino. La Zoqueta, en la calle de Cartagena, se antojaba como un soplo de aire fresco frente al mal tiempo que nos ha acompañado desde que llegamos a Madrid. Sin embargo, algo iba a mal. ¿Un escudo del Real en la puerta?

En el interior del establecimiento, un oriental nos recibió con un efusivo saludo. La ansiada peña no existía, pero nos confirmó que podríamos ver el encuentro. "Aquí no se ve el Real Madrid", sonrió. Bendito chino. Mientras saboreábamos una cerveza, el local se fue llenando de aficionados con un mismo origen. Trabajadores exiliados en la capital que sienten con orgullo los colores de su equipo. En una ciudad extraña, el fútbol se vive con mayor intensidad. Hermanados, celebramos el gol de nuestro equipo y compartimos la decepción de la derrota.

El chino fue el crack de la jornada. Sobre todo por su simpatía y el peculiar sistema de comunicación con la cocina: el clásico telefonillo. Los bocadillos calientes, ricos. Las tapas, regulares... Pero no importa. En China Town, el fútbol es algo que más que dos equipos.

P.D.: Ya sabía que los técnicos informáticos tienen muuuuuuuchas manías. Pero hoy nos han dado una lección magistal. Apuesta absoluta por el Firefox. Adiós al Explorer!

miércoles, 3 de octubre de 2007

Día 2. El Boss

Los recónditos pasillos de mi diario en Madrid aguardan múltiples sorpresas. La disposición de las distintas secciones favorecen los encuentros fortuitos. Los extravíos en este edificio concebido como industria periodística están a la orden del día. Caminar sin rumbo por la Redacción tiene, sin embargo, recompensas.

A la caza de rostros conocidos, una figura casi mítica emergió del despacho para monopolizar mi atención. Eran las 11 de la mañana, y el Jefe Supremo, el jefe de todos los jefes, ya revisaba el trabajo de sus subalternos en una improvisada ronda de control por el complejo.

Por un instante, antes de que me alcanzara, cerré los ojos y parpadeé repetidamente. No podía creerlo. Pero no. No había confusión posible. La vista no me jugaba una mala pasada. En milésimas de segundo, traté de pensar un saludo ingenioso, pero no fue necesario. El director, con la mirada fija en el suelo, torció a la derecha antes de advertir si quiera mi presencia.

A las siete, mientras practicaba con el html, me percaté de un extraño cónclave convocado en la sala de juntas. A escasos cinco metros, asistí en directo a un singular ensayo de última cena. Rodeado de sus discípulos, el Jefe Supremo debatía la composición de la portada del día todavía por estrenar.

Antes de abandonar el edificio, todavía tuve tiempo de encontrarme con el Boss en una última ocasión, esta vez a una distancia considerable. Apoyado sobre los hombros de un compañero, comprobaba los titulares de una información política. Las puertas del ascensor disolvieron la imagen antes de descender hasta la planta baja del edificio. El Superjefe seguía al pie del cañón mientras abandonaba el recinto con el beplácito del guardia de seguridad. ¡Qué distintas son las cosas en provincias!

P.D.: Libertad de expresión. Principio constitucional asentado en la Redacción de Madrid. Los edictos, críticas y denuncias del Comité de Empresa (con durísimas críticas a los responsables del medio) están a la vista de todos. Y no pasa nada. Sin reprimendas ni represión. Las paredes del diario, al menos en su versión online, tampoco muestran su verdadero color. Están empapeladas por fotografías, carteles reivindicativos (muchos de ellos políticos y ajenos a la línea editorial de la empresa) y lemas ingeniosos que convierten esta estancia de trabajo en un lugar acogedor, a medida de los periodistas que desempeñan allí sus tareas informativas. Ojalá se exporte el modelo.

martes, 2 de octubre de 2007

Día 1. El código html no ha muerto

El código html no ha muerto. Sobrevive junto a Elvis en un paraje remoto, y desde hoy también en mi Redacción. Internet ha avanzado una barbaridad desde que se programaran las primeras páginas con este arcaico sistema de diseño. Sin embargo, mi periódico permanece perenne a los cambios. La redacción de textos en la edición electrónica del diario está sujeta a estas normas. Las rocambolescas etiquetas html están por todos lados. Y ejercen, además, el papel protagonista. Edifican el pilar sobre el que sustenta todo el entramado de noticias en la Red.

Puntos y aparte, negritas, enlaces,... y un largo sinfín de comandos son necesarios para ejecutar las distintas órdenes del editor de cibertextos. No es complicado cuando, como es mi caso, se ha estado en contacto previamente con el código. Eso sí, asumir las rutinas requiere de práctica. Y en ello estamos.

Las nociones básicas adquiridas a lo largo del día nos permitirían enfrentarnos ya a la publicación de noticias en la red con total solvencia. Aunque es de prever que nuestras competencias irán en aumento a medida que avance la semana. Los compañeros de Madrid facilitan esta tarea. A pesar de que representamos todo un lastre en sus quehaceres diarios se han prestado amablemente a mostrarnos los entresijos de este particular sistema de trabajo.

El número de obreros que integran la Redacción online es menor del que imaginaba inicialmente. Igual sucede con el resto del diario. Quizás mediatizado por los relatos de mis compañeros de provincias, esperaba un recinto mucho más grande, con una plantilla mayor. Aun así no resto un ápice de relevancia al asentamiento. Es fantástico. Sobre todo para los nostálgicos de la informática. No en vano, se erige en el último reducto del html.

lunes, 1 de octubre de 2007

Día 0. Madrid


Llevo 24 horas en Madrid y todavía estoy sorprendido por una ciudad que se me antoja única. El balance, por tanto, es positivo. Sobre todo si tenemos en cuenta los frutos del extinto fin de semana. Porque como avanzadilla del grupo disfruté de uno de esos momentos memorables. El primer concierto de Crowded House en España tras 11 años de silencio fue sencillamente magnífico. Los neozelandeses emocionaron con sus clásicos a un público que superaba ampliamente a más de 2.000 personas. En mi caso tuve todavía un honor mucho mayor… logré conocer personalmente a Neil Finn, el alma mater de la banda, para quien no pasan los años sobre el escenario.

En la calle, bajo un fino manto de lluvia, las percepciones cambian. Su rostro no oculta el paso de los años (ronda ya las cinco décadas) pero como dice el refranero popular, la experiencia también es un grado. Tras casi dos memorables horas de rock melódico, no defraudó al medio centenar de fans que esperaba a fotografiarse con su ídolo a orillas del Manzanares. Salió de los camerinos para darse un baño multitudes que quedará para el recuerdo.

Crowded House se ha garantizado con su música y cercanía el relevo generacional. Entre el público, españoles (y también una importante colonia anglosajona) de todas las edades. Reinaban, eso sí, los treintañeros, que ejercieron de nexo de unión entre los diversos colectivos allí presentes. Porque cincuentones y tardoadolescentes tampoco faltaron a la cita.

Los nuevos temas, en cualquier caso, no pasarán a la historia, salvo contadas excepciones. Ni falta que hace. Quienes asistieron el domingo al concierto lo hicieron precisamente atraídos por las melodías de siempre, canciones que marcaron un antes y un después durante las décadas de los 80 y 90 del pasado siglo. Finalmente, Better be home soon cerró el repertorio de gritos, aplausos y euforia colectiva. En la agenda, la promesa de un próximo regreso con un nuevo álbum y la esencia de antaño.

El éxito del concierto se sumó, además, a una tarde de caminata y mochila por el centro de Madrid. La capital es una urbe cosmopolita capaz de combinar la modernidad con estampas más propias de otros tiempos. El bar Sánchez, a escasos metros de mi hotel, refleja un Madrid castizo y rancio pero, sobre todo, auténtico. El local, que podría pasar por una localización de la serie Cuéntame, se mantiene intacto desde hace medio siglo.

A pesar del caos de tráfico, las obras faraónicas y la proliferación del ladrillo, es una ciudad con encanto. Con mucho. Por encima de piedras y museos, la magia se sitúa en sus gentes, siempre amables y de trato exquisito. Porque en Madrid, aunque no lo parezca, resulta imposible sentirse extraño.