lunes, 1 de octubre de 2007

Día 0. Madrid


Llevo 24 horas en Madrid y todavía estoy sorprendido por una ciudad que se me antoja única. El balance, por tanto, es positivo. Sobre todo si tenemos en cuenta los frutos del extinto fin de semana. Porque como avanzadilla del grupo disfruté de uno de esos momentos memorables. El primer concierto de Crowded House en España tras 11 años de silencio fue sencillamente magnífico. Los neozelandeses emocionaron con sus clásicos a un público que superaba ampliamente a más de 2.000 personas. En mi caso tuve todavía un honor mucho mayor… logré conocer personalmente a Neil Finn, el alma mater de la banda, para quien no pasan los años sobre el escenario.

En la calle, bajo un fino manto de lluvia, las percepciones cambian. Su rostro no oculta el paso de los años (ronda ya las cinco décadas) pero como dice el refranero popular, la experiencia también es un grado. Tras casi dos memorables horas de rock melódico, no defraudó al medio centenar de fans que esperaba a fotografiarse con su ídolo a orillas del Manzanares. Salió de los camerinos para darse un baño multitudes que quedará para el recuerdo.

Crowded House se ha garantizado con su música y cercanía el relevo generacional. Entre el público, españoles (y también una importante colonia anglosajona) de todas las edades. Reinaban, eso sí, los treintañeros, que ejercieron de nexo de unión entre los diversos colectivos allí presentes. Porque cincuentones y tardoadolescentes tampoco faltaron a la cita.

Los nuevos temas, en cualquier caso, no pasarán a la historia, salvo contadas excepciones. Ni falta que hace. Quienes asistieron el domingo al concierto lo hicieron precisamente atraídos por las melodías de siempre, canciones que marcaron un antes y un después durante las décadas de los 80 y 90 del pasado siglo. Finalmente, Better be home soon cerró el repertorio de gritos, aplausos y euforia colectiva. En la agenda, la promesa de un próximo regreso con un nuevo álbum y la esencia de antaño.

El éxito del concierto se sumó, además, a una tarde de caminata y mochila por el centro de Madrid. La capital es una urbe cosmopolita capaz de combinar la modernidad con estampas más propias de otros tiempos. El bar Sánchez, a escasos metros de mi hotel, refleja un Madrid castizo y rancio pero, sobre todo, auténtico. El local, que podría pasar por una localización de la serie Cuéntame, se mantiene intacto desde hace medio siglo.

A pesar del caos de tráfico, las obras faraónicas y la proliferación del ladrillo, es una ciudad con encanto. Con mucho. Por encima de piedras y museos, la magia se sitúa en sus gentes, siempre amables y de trato exquisito. Porque en Madrid, aunque no lo parezca, resulta imposible sentirse extraño.

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